Hace doce años Ivanna y Santiago se conocieron, sin saber que ese encuentro iba a marcar para siempre el rumbo de sus vidas.

Al principio, Ivanna apenas hablaba con las hermanas; saludos tímidos y pocas palabras. Pero, poco a poco, fue entrando a la casa como quien la recorre con calma. Primero la sala, después la cocina, hasta que un día ya estaba instalada en el cuarto de las hermanas, en los closets y en las conversaciones largas donde se comparten secretos y se sueltan carcajadas.

Con el tiempo, la confianza se volvió natural. Ivanna se convirtió en la hija perdida de mis padres, la compañera de vueltas, la hermana extra que siempre supimos que nos hacía falta.

Ella no llegó: siempre perteneció. Y ahora, de manera oficial, pasa a ser parte de nuestras vidas para siempre.

Porque hay amores que no se construyen de golpe, sino con paciencia, intimidad y la certeza de que estaban destinados. Y este amor, el de Ivanna y Santiago, es uno de esos que llegaron para quedarse.

– Pame